Fiestas patronales en Durango: de tradiciones y devoción a excesos y muerte

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¿Por qué una festividad que debería ser motivo de unidad y celebración se convierte en un caldo de cultivo para la violencia?

SAÚL MACÍAS

Durango, Dgo.- Las fiestas patronales en los pueblos rurales de Durango, que tradicionalmente conmemoran la fundación de las comunidades y celebran la devoción religiosa, han sufrido una transformación alarmante, acentuada en los últimos meses. Lo que antes era una ocasión para venerar las tradiciones y disfrutar de actividades culturales y familiares, se ha convertido en un escenario donde la violencia, los excesos y el descontrol dejan en cada evento un saldo trágico.

La madrugada de este viernes 7 de marzo, durante las festividades en honor al Señor de la Expiración, en la comunidad de El Nayar, el aire de fiesta se tornó sombrío. El bullicio de la plaza central, llena de luces y risas, contrastaba con el malestar que se gestaba en algunos rincones. Las familias disfrutaban de la música norteña, los bailes y la comida de los puestos, ajenas a todo conflicto. La atmósfera, cargada de alcohol y emociones a flor de piel, estaba por estallar.

En las primeras horas de la madrugada, un altercado entre varios jóvenes acabó con la vida de Antonio Ortiz, un hombre originario de la localidad. La discusión escaló rápidamente a golpes. En un abrir y cerrar de ojos, uno de los involucrados empuñó un cuchillo y, en un movimiento rápido, lo hirió en el abdomen. Decenas de presentes atestiguaron con horror cómo la fiesta se desmoronaba. Antonio cayó al suelo, mientras el caos se apoderaba del lugar. En pleno traslado a un hospital, los paramédicos confirmaron su deceso. Su familia acompañó sus últimos momentos, impotente ante la tragedia que se desarrollaba.

Antonio Ortiz perdió la vida cuando un sujeto lo hirió con un cuchillo en medio de las fiestas del Señor de la Expiración, en El Nayar. Foto: Notigram.

El otro involucrado en la pelea fue Víctor Manuel, de 39 años, quien también recibió heridas con botellas y un cuchillo. Afortunadamente, las lesiones fueron menos graves y su recuperación transcurre de manera favorable en el Hospital General 450 de Durango. Sin embargo, el saldo trágico de esa noche no se limitó a estos dos hombres.

Horas más tarde, otro suceso sombrío empañó la festividad: una persona aún no identificada fue atropellada en las cercanías del poblado. Aunque no se ha determinado si este deceso está vinculado con los hechos previos, su muerte deja un signo de tragedia que se suma a la violencia vivida en el evento.

El desbordamiento de la violencia en las fiestas patronales de El Nayar no es un hecho aislado. Apenas en enero de este año, el poblado 5 de Febrero vivió una tragedia similar. Emir, un joven de 19 años, perdió la vida durante un juego de vencidas. El enfrentamiento con otro joven, apodado “El Chacal”, comenzó como una disputa amistosa, pero pronto escaló a una confrontación violenta. En un arranque de ira, “El Chacal” sacó un cuchillo y, en un acto de extrema brutalidad, le quitó la vida a Emir. La indignación que provocó este asesinato empañó las festividades.

“El Chacal”, sujeto que asesinó a un joven de 19 años durante las festividades del poblado 5 de Febrero. Foto: FGED.

Uno de los problemas recurrentes en ambos incidentes es la insuficiente respuesta de las autoridades locales. A pesar de la magnitud de las fiestas patronales, la Dirección Municipal de Seguridad Pública no parece contar con un dispositivo adecuado para garantizar la seguridad de los asistentes. El consumo indiscriminado de alcohol y drogas en las calles, sumado a la falta de vigilancia efectiva, ha permitido que la violencia se apodere de eventos que deberían ser un ejemplo de comunidad y devoción.

Sin embargo, más allá de la actuación de las autoridades, se debe reflexionar sobre el comportamiento de los propios participantes. ¿Por qué una festividad que debería ser motivo de unidad y celebración se convierte en un caldo de cultivo para la violencia? Las autoridades tienen un papel importante, pero la verdadera solución radica en un cambio de mentalidad dentro de las comunidades. El respeto, la tolerancia y la capacidad de gestionar las emociones deben ser valores prioritarios si se pretende que las fiestas patronales no sigan siendo un triste reflejo de lo peor de la sociedad.

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