Durango no se organiza desde un Excel. Y aunque Andy López venga con fórmulas y tablas, aquí la política sigue siendo de calle, de tierra y de memoria.
VICEVERSA
Por Saúl Macías
En Durango, como en muchas otras partes del país, estamos acostumbrados a que los políticos lleguen a saludarnos con sonrisa ensayada, cámara encendida y promesas recicladas. Pero lo que hoy se asoma desde la dirigencia de Morena no es eso. Es algo peor. Es la deshumanización de la política, disfrazada de profesionalismo.
Andy López, hijo del expresidente Andrés Manuel López Obrador, fue nombrado secretario de Organización del partido. Y aunque eso podría parecer un dato menor en la Ciudad de México, aquí, donde los partidos siguen tocando puertas para pedir votos con los codos raspados, la noticia tiene peso.
Andy llega como si trajera un Excel bajo el brazo y la fórmula mágica para ordenar a un partido que, irónicamente, nació del desorden ciudadano, de la protesta y la calle. En su discurso hay términos como “reingeniería”, “metas mensuales”, “modelo de gestión territorial”. Pero en su agenda no hay espacio para la tiendita de la esquina ni para el café con los de base.
¿Quién le explica que Durango no se organiza desde una oficina? Aquí no funciona eso de programar militancia desde la nube.
El problema no es solo su juventud o su apellido. Es su mirada. Una mirada que no se detiene en los detalles humanos, en la historia viva de los comités de colonia, en los militantes que han sostenido campañas sin presupuesto y con puro corazón. Andy no ve eso. Ve cifras. Diagnósticos. Gráficas. Y eso, en política, es peligroso.
Porque si algo ha perdido Morena en Durango es justo eso que alguna vez lo hizo diferente: su conexión con la gente. Hoy el partido se ha convertido, en muchos municipios, en una mezcla incómoda de oportunismo con simulación. Ex priistas reciclados, ex panistas arrepentidos, y nuevos cuadros que no saben ni lo que defienden, pero ya piden hueso.
¿Y quién decide todo eso? Gente como Andy. Gente que no ha caminado un solo tianguis, pero que reparte candidaturas como si fueran fichas en un tablero.
Durango no necesita un gerente partidista. Necesita un líder político. Alguien que entienda que la confianza no se compra con estructura, sino que se gana con presencia, con congruencia, con memoria. Porque aquí la gente no olvida. Aquí todavía se recuerda quién vino a prometer, quién se escondió y quién regresó solo cuando había presupuesto.
Andy López puede ser muchas cosas, pero hasta ahora no ha demostrado que entienda a los estados del norte. Su trabajo —según él— es ordenar, digitalizar, medir. Pero la política no se mide en celdas de Excel. Se mide en abrazos, en decepciones, en dignidad.
Que no se le olvide: si su padre llegó a la presidencia, no fue por tener el mejor PowerPoint. Fue por recorrer el país entero. Fue por creer que los pueblos tienen voz. Fue por hablar con ellos, no por encima de ellos.
Y eso —aunque ya no se use en los nuevos manuales— todavía funciona en Durango.
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