Nadie dio la orden de demolerlo, pero alguien lo hizo. El puente ferroviario Río Chico, en el poblado de Otinapa, fue desmantelado con herramientas industriales sin que autoridad alguna lo impidiera. Hoy, meses después de las primeras denuncias, no hay culpables, explicaciones ni planes de restauración.
EUSKERA
Durango, Dgo.- La primera señal de que algo no andaba bien apareció en silencio, entre la maleza. Una pila de piezas metálicas cortadas, dispersas bajo uno de los extremos del puente ferroviario Río Chico, a la altura del poblado de Otinapa, marcaba el inicio de lo que más tarde sería evidente: alguien, en algún momento y con total impunidad, comenzó a desmantelar una de las estructuras históricas más antiguas del corredor ferroviario que cruza la sierra de Durango.
Durante un recorrido reciente hecho por este medio de comunicación, no solo se constató el deterioro evidente del puente, sino que se hallaron restos de los instrumentos utilizados en su fragmentación. Sobre los durmientes incinerados sobresalen tanques de gas acetileno —frecuentemente empleados en tareas de corte industrial con soplete—, mangueras abandonadas, huellas de cortes precisos y fragmentos dispersos del armazón de acero. Todo apunta a que la intención no fue destruir, sino sustraer.

El daño es visible: una de las secciones extremas del puente fue completamente destruida, dejando inhabilitado el paso sobre la estructura. Ya no se puede subir, ni caminarlo, ni admirar desde ahí el cañón profundo que cruza el viejo trazo del tren.
UN DAÑO DOCUMENTADO PERO IGNORADO
No se trata de un hallazgo nuevo. Hace varios meses, medios locales reportaron las primeras señales del saqueo. Incluso se publicaron fotografías y testimonios que alertaban sobre la pérdida progresiva de la estructura. Las autoridades, entonces, prometieron atención al caso. Hoy, sin embargo, no existe ninguna persona investigada, ningún procedimiento abierto, ningún dictamen técnico público ni explicación sobre cómo, en medio de la sierra, fue posible cortar y desmontar una estructura metálica de tal magnitud sin que ninguna dependencia lo notara.
El puente de Río Chico no es solo una reliquia oxidada. Es una pieza de ingeniería del siglo XX que formó parte del histórico ferrocarril que conectaba a Durango con el Pacífico, atravesando un paisaje agreste y montañoso. Para los habitantes de Otinapa, su presencia era motivo de identidad y, más recientemente, de atracción turística.

Durante años, grupos de senderistas, ciclistas de montaña y turistas especializados visitaban el puente como parte de rutas de ecoturismo. Lo fotografiaban, lo recorrían, se detenían a observar el paisaje desde su parte más alta. Pero todo eso terminó con el corte.
“YA NO VIENEN”
“Mucha de la gente dejó de venir hace meses”, cuenta don Hilario, agricultor de Otinapa que veía pasar cada fin de semana a los visitantes que pasaban por la comunidad rumbo al puente. “Cuando se supo que habían tumbado una parte del puente, muchos vinieron a de fuera a ver que pasaba. Pero aquí no hemos vuelto a ver ni a los de las bicicletas”.
La afectación al ecoturismo ha sido evidente. Si bien la zona nunca fue masiva en visitantes, el flujo constante de turistas significaba un ingreso importante para varias familias. Hoy, la infraestructura abandonada solo atrae curiosidad ocasional. La falta de vigilancia o señalización también ha levantado preocupación entre los pobladores, que temen que la destrucción avance o que los restos metálicos que aún permanecen sean extraídos poco a poco.

EUSKERA pudo constatar que no existe ningún operativo de seguridad ni resguardo de la zona. Ni policías, ni Protección Civil, ni autoridades municipales, ni estatales. Ni siquiera un aviso o cinta de precaución alrededor del área afectada. El puente está ahí, herido, esperando el siguiente golpe.
UN SILENCIO INSTITUCIONAL
Hasta ahora, no se ha presentado ningún proyecto para reparar o restaurar el daño. Tampoco se ha ofrecido a la comunidad una explicación formal ni mucho menos una disculpa. El patrimonio se desmoronó y el gobierno miró hacia otro lado.
El caso del puente ferroviario Río Chico es un ejemplo más de cómo se pierde la historia en México: no con terremotos o guerras, sino por negligencia. La falta de vigilancia, la descoordinación entre niveles de gobierno y el desinterés por preservar lo que aún queda de valor arquitectónico e histórico han convertido al puente en una ruina sin homenaje.
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