¿Y quién pidió el corrido?

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VICEVERSA

Saúl Macías

Luces de colores, humo en el escenario y el rugido de un público eufórico llenando el Palenque de Texcoco. Era sábado por la noche y Luis R. Conríquez, uno de los máximos exponentes del regional tumbado, subía al escenario. Pero algo no encajaba. Tras cantar algunos temas, anunció que no interpretaría narcocorridos por respeto a las nuevas normas del gobierno del Estado de México. Lo dijo firme, sin rodeos. Entonces vino el abucheo: largo, molesto, casi furioso. La multitud pedía balazos en forma de versos, y el cantante —por una vez— bajó el arma. Vino luego destrucción del escenario; instrumentos, puñetazos, sillas y botellas volaron por los aires.

La escena se volvió viral, y no por su música, sino por lo que dice de nosotros. México atraviesa uno de los momentos más violentos de su historia reciente. La masacre de Teuchitlán, Jalisco, es apenas un ejemplo reciente de la crueldad cotidiana. En este contexto, el narcocorrido se ha convertido en una herida abierta: canciones que exaltan al narco mientras el país se desangra.

Hoy varios gobiernos locales intentan ponerle freno, prohibiendo estos temas en conciertos. Pero más allá del debate legal, lo preocupante es lo social: ¿por qué nos molestamos cuando no se cantan? ¿Por qué aplaudimos relatos del crimen mientras exigimos justicia? La respuesta es incómoda: hemos hecho de la violencia un espectáculo. La consumimos, la cantamos, la compartimos.

¿Dónde está la contradicción? En que señalamos con el dedo a los músicos, pero seguimos llenando foros para cantar esas historias. En que exigimos paz, pero consumimos con gusto los relatos del sicario y el jefe del cartel. Hemos normalizado tanto el horror, que ahora nos ofende más una negativa a cantar que una fosa clandestina.

No se trata de culpar a los músicos, muchos de los cuales solo responden a lo que el público demanda. El problema no se resuelve con vetos, sino con conciencia. Hace falta apostar por otras narrativas, educar el gusto desde la raíz, abrir espacios a quienes cuentan otras historias, donde ser valiente no signifique tener un cuerno de chivo colgado al pecho.

No dejemos que el corrido sea la única voz que narre lo que somos.

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